La polarización afectiva se define como la presencia de sentimientos de profundo rechazo hacia los simpatizantes de partidos que no son “el nuestro”. Entender por qué se produce y agudiza este tipo de polarización es una cuestión de primer orden en la apretada agenda de los problemas de las democracias contemporáneas. En esta investigación nos preguntamos si al menos en parte esta polarización afectiva oscila en función del ciclo electoral, alcanzando niveles elevados en el momento de las elecciones, y suavizándose a medida que pasa el tiempo.
Las campañas electorales y las propias elecciones son momentos en los que las diferencias políticas y los conflictos alcanzan sus niveles de máxima visibilidad. Las campañas hacen circular una gran cantidad de información, y a menudo emplean estrategias negativas que buscan desacreditar al contrario. Esto favorece el interés y la movilización de los ciudadanos, que son aspectos que normalmente consideramos positivos porque motivan la participación electoral. Pero también pueden darse consecuencias menos deseables sobre la polarización efectiva.
La mayor polarización afectiva que se puede producir en torno a las elecciones tendría dos posibles explicaciones. Por un lado durante las elecciones las diferencias ideológicas entre los partidos se visibilizan y se perciben con mayor intensidad. Esto puede generar polarización ideológica, es decir la sensación de que hay una gran distancia en las propuestas y los valores que representa tu partido y los de los demás. Por otro lado, durante las elecciones también se activan las identidades políticas, de manera que la gente siente con más fuerza cual es “su” partido. Ambos mecanismos podrían conducir a una mayor polarización afectiva.
Para comprobar si efectivamente la cercanía de las elecciones genera polarización afectiva y cual de los dos mecanismos (polarización ideológica o refuerzo de identidades partidistas) es más importante hemos utilizado datos de 99 encuestas postelectorales realizadas en 42 países entre 1996 y 2016. Las entrevistas a cada individuo de estas encuestas varían en el tiempo con respecto al día de las elecciones. Algunas se hicieron inmediatamente después, pero otras no se realizaron hasta transcurridos varios meses. Esta variación permite medir la prominencia de las elecciones, mayor cuanto más cercanas en el tiempo. Los resultados de esta investigación realizada con Enrique Hernández y Guillem Rico los podéis consultar aquí. Los análisis muestran que la polarización afectiva disminuye significativamente después de celebrarse la elección. Los dos mecanismos apuntados, el incremento de la polarización ideológica, y el de las identidades partidistas funcionan, pero el primero parece ligeramente más relevante. La disminución es más intensa justo después de las elecciones, y el ritmo de reducción se va atenuando conforme aumenta el tiempo.
De estas conclusiones pueden extraerse varias reflexiones importantes. En primer lugar, las buenas noticias son que la polarización afectiva varía a lo largo del tiempo y se puede reducir; no tenemos que renunciar al objetivo de despolarizar en términos afectivos. Por otro lado, si bien las elecciones son una herramienta indispensable en el funcionamiento de los sistemas democráticos que los resultados de esta investigación no ponen en cuestión, repetirlas tiene su coste en términos de polarización afectiva. Una democracia que funcione bien requiere un delicado equilibrio entre objetivos diferentes y, a veces, contradictorios: garantizar simultáneamente la presencia de opciones ideológicas bien diferenciadas, identidades partidistas arraigadas, y tolerancia hacia las alternativas que nos disgustan.
Nota: Los datos de estre trabajo proceden de CSES, que recientemente ha cumplido 25 años. Mas información sobre CSES y lo que se que se puede hacer con sus datos aquí.